¿Y ahora?
Amaneció y seguían siendo dos. La pena, la impotencia, el desconcierto, se agarraban a sus estómagos y les hacían un nudo impidiéndoles hablar. Tanto Lurtes como Calímedes tenían sus grises ojos rodeados de un halo rojizo, señal de lo poco que habían dormido y lo mucho que habían llorado.
En silencio recogieron los sacos y lentamente se pusieron en marcha casi arrastrándose. Finalmente Calímedes lanzó al aire la pregunta que tenía en mente:
– ¿Debemos continuar?
– Itchiar aún es una amenaza. Si volvemos habrán dado su vida en vano. -Respondió Lurtes tras pasar un buen rato pensando.
Calímedes comprendió que su compañero tenía razón, pero aún andaba ensimismado en sus pensamientos y no notó que a su derecha el terreno volcánico iba dando paso a tierra fértil. Al principio sólo eran pequeñas hierbas salvajes, pero algunos metros más adelante iban por un camino entre los acantilados y cañas verdes de unos dos metros de altura extrañamente alineadas.
En una zona un poco más amplia que el resto acamparon y comieron sin hambre parte de las provisiones que tenían. No eran muchas, no podrían pasar más días sin buscar algo de alimento.